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Por: Tibor Zsámboki

¿Quién no ha tenido que enfrentar esta situación por lo menos una vez en su vida? Experimentar una pérdida irreparable puede causar un gran desequilibrio en la vida de las personas que muchas veces hace que se aferren al difunto.

Primero lo que hay que saber es que no solo somos este cuerpo; nuestra esencia, el Espíritu va más allá de la materia; la muerte solo afecta nuestra parte material. Todas las vidas tienen el mismo valor sin importancia de su duración, porque cumplen su función, es decir por lo que el espíritu escogió venir. Sea dos meses en el vientre de una madre, 20 años fallecido por un accidente o noventa años vividos en plenitud, valen por igual. Se puede descubrir a través de las regresiones entre vidas, como escogimos nuestra misión. Eso no significa que no podríamos modificarlo durante nuestra vida, pero todo sucede por un acuerdo previo “firmado por nosotros” el que se lo llama contrato kármico.

Todos tenemos derecho a escoger que queremos aprender en cada reencarnación a excepción  de los que atentaron contra su vida. Ellos por ley  tienen que volver a lo mismo pero en condiciones más severas. El espíritu es inmortal y al desencarnar tiene que seguir su camino de auto superación. Lleva consigo su identidad energética que contiene toda la información de esta vida y todas las vidas anteriores desde que partió de la fuente (Dios) pasando por manifestaciones como energía primordial, mineral vegetal, animal y finalmente humano. Para entender mejor esto imagine que usted toma el avión en Quito chequea su maleta (identidad energética), desembarca en Madrid y le entregan la misma maleta intacta; es como morir en  Quito y volver a nacer en Madrid. Por eso tenemos acceso a esta información. 

Con la muerte no se acaba nada. El espíritu tiene que ir hacia la luz. Entre vidas tiene la oportunidad de evaluar su última vida, sacar conclusiones, asumir aprendizajes etc. En esto muchas veces le ayudan seres de luz. Cuando nos aferramos a un ser querido, interrumpimos este camino que toma de forma natural  y el espíritu queda atrapado en las capas inferiores de la cuarta dimensión. Por eso hay casos que el espíritu de un difunto trata de comunicarse con su ser querido apareciendo en el sueño, por una llamada telefónica misteriosa o a través de un vidente etc. Piden ayuda y el mensaje casi siempre lo mismo: Estoy bien. También puede suceder esto cuando alguien tiene mucho apego a la materia: cosas materiales, o seres queridos que dejo en vida (ver en el Antiguo Testamento La Escalera de Jacob).

La muerte es parte de la vida pero no por eso no vale la pena vivir, porque el objetivo de la vida no es la muerte sino la vida misma. Hay que vivir la vida con plenitud. Cuando perdemos a alguien nuestra vida continúa. Lo mejor que podemos hacer tanto por nosotros como por nuestros seres queridos desencarnados es dejarlos ir hacia la luz con una bendición, recordando que para el espíritu no existe la muerte. Nosotros verdaderamente no somos seres terrenales teniendo experiencias espirituales sino somos seres espirituales teniendo experiencias terrenales. Hay que tener la certeza que si hay algo que “quedó  inconcluso”, los espíritus se vuelven a encontrar en otra vida para resolver lo que quedó pendiente. Por eso hay que estar “al día” con la vida, resolver los problemas “cerrar los círculos”. Hoy es el mejor día para hacer esto.

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